César Paz-y-Miño. Investigador en Genética y Genómica Médica. Universidad UTE.
El glifosato,
el herbicida más utilizado del planeta, ha sido presentado durante décadas como un compuesto de “baja toxicidad”. Sin embargo, la acumulación progresiva de evidencia científica, los litigios internacionales, la reclasificación por organismos de salud y, de manera muy especial, los estudios genéticos realizados en poblaciones humanas expuestas, obligan hoy a replantear de forma crítica este discurso.
La controversia ya no es solo agronómica: es genética, oncológica, ética, política y geopolítica.
La imagen del glifosato como un insumo agrícola “seguro” se ha ido resquebrajando bajo el peso de datos moleculares, fallos judiciales, estudios poblacionales y conflictos de interés científicamente documentados.
Un punto de quiebre clave se produce este 28 de noviembre 2025, cuando una revista científica internacional (Regulatory Toxicology and Pharmacology), se
retractó de la publicación (año 2000) de un estudio que respaldaba la seguridad del glifosato, alegando: “serias preocupaciones éticas”. Aquella investigación había sido ampliamente utilizada como argumento de defensa por Monsanto/Bayer, pese a que luego se demostró, que se basaba en información influenciada por la propia empresa y que, existieron conflictos de interés no declarados.
Este episodio no fue aislado, sino que expuso una práctica reiterada: la
construcción deliberada de incertidumbre científica como estrategia de mercado, una táctica históricamente utilizada por industrias de alto impacto sanitario, como ocurrió previamente con el tabaco, le vapeo, el asbesto y ciertos plaguicidas organoclorados.
Mientras se cuestionaba al glifosato, incluido nosotros que investigamos sus efectos, los tribunales comenzaron a llenar el vacío que los sistemas regulatorios dejaron abierto. Un jurado de California condenó a Monsanto a pagar 289 millones de dólares por causar un linfoma no Hodgkin a un trabajador expuesto crónicamente al glifosato. Desde entonces, miles de demandas se han acumulado en Estados Unidos, América Latina y Europa. Este fallo no es anecdótico:
reconoce judicialmente la relación causal entre exposición crónica y cáncer, algo que veníamos señalando científicamente desde años atrás, pero que los marcos regulatorios se resistían a asumir en toda su magnitud.
En 2015, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC-OMS) reclasificó
al glifosato como probablemente cancerígeno para humanos (Grupo 2A). La decisión se basó en tres pilares: el aumento de linfoma no Hodgkin en trabajadores agrícolas, la evidencia experimental de formación tumoral en animales y el daño genético demostrado en modelos celulares humanos, así como ADN de expuestos. Años más tarde, un gran estudio prospectivo con más de 50.000 trabajadores agrícolas en Estados Unidos confirmó, además, su
asociación con leucemia mieloide aguda.
La reacción de la empresa fue un ataque frontal a científicos (incluyéndome), agencias regulatorias y sistemas de evaluación independientes, algo inédito en la historia reciente de la salud pública, que evidenció hasta qué punto
los intereses económicos pueden intentar desbordar los límites del control científico.
Sin embargo, a diferencia de muchos países, donde la discusión se sostiene sobre modelos animales, biomarcadores indirectos o estudios ocupacionales con múltiples variables de confusión,
Ecuador constituye uno de los pocos escenarios del mundo, donde se documentó daño genético directo en población civil expuesta ambientalmente al glifosato por aspersión aérea.
Entre los años 2000 y 2007, comunidades del norte amazónico ecuatoriano, en especial de la provincia de Sucumbíos, fueron expuestas a aspersiones aéreas con mezclas de glifosato al 44 por ciento, acompañadas de surfactantes altamente penetrantes como POEA y el adyuvante Cosmoflux 411F. A partir de este escenario extremo de exposición forzada, desarrollamos estudios biomédicos de base poblacional con metodologías citogenéticas y moleculares.
Mediante el
ensayo cometa, uno de los métodos más sensibles para evaluar roturas del ADN en células humanas, se demostró que las personas fumigadas presentaban un
incremento altamente significativo del daño genético, con longitudes de cometa promedio de 35,5 micrómetros frente a 20,9 micrómetros en controles no expuestos, con diferencias estadísticamente contundentes (p < 0,001). Esto no es una inferencia teórica: implica
rupturas reales en las cadenas de ADN, es decir, mutación estructural directa del material genético humano inducida por la exposición al herbicida. Datos adicionalmente demostrados con estudios de cromosomas de los expuestos.
Posteriormente, un estudio poblacional más amplio en comunidades fronterizas del norte del Ecuador, evaluó genes esenciales para la protección celular frente a tóxicos ambientales. Se analizaron polimorfismos en genes GSTP1 (Ile105Val), GPX-1 (Pro198Leu) y XRCC1 (Arg399Gln), genes involucrados en detoxificación, control del estrés oxidativo y reparación del ADN, respectivamente. Los
resultados fueron biológicamente alarmantes: los individuos con la variante GSTP1 Val/Val mostraron un riesgo casi cinco veces mayor de disfunción en detoxificación celular; los portadores del genotipo GPX-1 Leu/Leu alcanzaron un riesgo 8,5 veces mayor de falla en el control oxidativo. Esto significa que el glifosato no solo actúa como agente genotóxico directo, sino que
debilita los propios sistemas genéticos encargados de neutralizar y reparar el daño. Este doble mecanismo, daño directo más colapso de la defensa molecular, configura un escenario biológico propicio para la carcinogénesis.
En las poblaciones fumigadas del norte ecuatoriano se documentaron, además, incrementos de abortos espontáneos (hasta 12,7 por ciento), presencia de malformaciones congénitas, trastornos respiratorios, dermatológicos, gastrointestinales y neurológicos, así como una alta carga de afectación psicológica, con prevalencias elevadas de ansiedad, depresión y miedo crónico. No se trata únicamente de toxicología experimental: se trata de
biología del sufrimiento humano, donde el cuerpo, la salud mental, la reproducción y la estabilidad social se ven alteradas de forma simultánea. Lo lamentable es que
jamás se ha hecho un seguimiento de salud y genética a estas poblaciones asperjadas con glifosato en grandes cantidades.
Más allá del linfoma no Hodgkin,
el glifosato se asocia hoy, con más de veinte patologías crónicas, entre ellas leucemias, cáncer de hígado, tiroides, páncreas, vejiga y riñón, diabetes tipo 2, enfermedad renal crónica, hipertensión arterial, esclerosis múltiple, trastornos del metabolismo lipídico e infertilidad. Desde la biología molecular, estos efectos se explican por la activación persistente del estrés oxidativo, la inestabilidad genómica, la disrupción endocrina y la activación de vías oncogénicas latentes.
El conflicto entre Ecuador y Colombia por las aspersiones con glifosato reveló además una dimensión geopolítica profunda: la
ausencia de sistemas robustos de vigilancia genética y ambiental en zonas vulnerables, lo que deja a las poblaciones expuestas en situación de indefensión científica. A pesar del acuerdo internacional, Ecuador quedó en una posición frágil, sin infraestructura suficiente para demostrar, con rapidez y precisión, futuras exposiciones tóxicas. Esto revela una verdad incómoda:
los países más pobres terminan siendo los campos experimentales de los tóxicos globales.
Hoy, la evidencia integrada es clara y difícil de refutar.
El glifosato produce daño directo al ADN humano, altera genes de protección celular, se asocia con cánceres, genera daño reproductivo, neurológico y psicológico, su defensa histórica se ha sostenido en incertidumbre inducida, ha sido condenado por tribunales de justicia y ha sido cuestionado por organismos internacionales de salud.
Desde una perspectiva
científica, evolutiva y genética, el glifosato actúa como un
agente de presión mutagénica ambiental que afecta no solo a individuos, sino potencialmente a generaciones futuras. No es solo un problema agrícola: es un problema de
salud pública, justicia genética y bioética global. Regularlo o prohibirlo, no es ideología. Es biología y genética.
Tabla. Evidencias de daño por glifosato en Ecuador y a nivel internacional
|
Tipo de daño |
Evidencia en Ecuador |
Evidencia internacional |
Mecanismo biológico implicado |
Consecuencia sanitaria |
|
Daño estructural del ADN |
Ensayo cometa con aumento significativo de rupturas (35,5 μm vs 25,9 μm; p < 0,001) |
Estudios in vitro en células humanas y animales |
Genotoxicidad directa |
Mutaciones, inestabilidad genómica |
|
Alteración de GSTP1 |
Polimorfismo Val/Val con OR ≈ 5 |
Asociaciones con susceptibilidad a tóxicos |
Fallo en detoxificación celular |
Acumulación de tóxicos |
|
Alteración de GPX-1 |
Polimorfismo Leu/Leu con OR ≈ 8,5 |
Reportes de estrés oxidativo crónico |
Aumento de radicales libres |
Daño a proteínas, lípidos y ADN |
|
Fallo en reparación (XRCC1) |
Alteraciones en genes reparadores |
Evidencia experimental en genotoxicidad |
Defectos en reparación del ADN |
Persistencia de mutaciones |
|
Abortos espontáneos |
Incremento hasta 12,7% |
Reportes en poblaciones agrícolas |
Daño embrionario temprano |
Pérdida reproductiva |
|
Malformaciones congénitas |
Casos documentados en zonas fumigadas |
Modelos animales expuestos |
Disrupción del desarrollo |
Defectos estructurales |
|
Linfoma no Hodgkin |
Exposición ambiental en frontera |
Estudios ocupacionales, fallos judiciales |
Activación oncogénica |
Cáncer hematológico |
|
Leucemia mieloide aguda |
No documentada aún en series amplias |
Cohortes agrícolas en EE. UU. |
Daño clonal hematopoyético |
Cáncer de sangre |
|
Daño neurológico |
Cefalea, insomnio, parestesias |
Neurotoxicidad experimental |
Alteración sináptica |
Déficit funcional |
|
Daño psicológico |
Ansiedad, depresión, miedo crónico |
Estrés tóxico comunitario |
Eje neuroendocrino alterado |
Afectación psicosocial |