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Genética y Ciencia
Las grandes inocentadas de la ciencia que no sobrevivieron a la evidencia


Viernes, 26 de diciembre de 2025, a las 10:51
César Paz-y-Miño. Investigador en Genética y Genómica Médica, Universidad UTE

La ciencia suele presentarse como el dominio de la razón, el método y la objetividad. Sin embargo, cuando se observa su historia con calma, aparece también como una sucesión periódica de errores, mitos sofisticados y afirmaciones, tan seguras que hoy solo pueden leerse como auténticas inocentadas intelectuales. No porque la ciencia sea débil, sino porque es humana y sobretodo comprobable continuamente, se autoevalúa, se autocritica. Avanza tanteando, corrigiéndose y, muy a menudo, desmintiendo lo que ella misma afirmó con convicción.
 
Antes de la ciencia estuvieron los mitos de creación. Todas las culturas imaginaron el origen de la vida y del ser humano a partir de narraciones simbólicas: dioses que moldean cuerpos con barro, sangre o maíz; palabras sagradas que ordenan el caos; soplos divinos que convierten materia inerte en vida. Estas historias no eran ingenuas: eran explicaciones coherentes para un mundo sin microscopios ni genética. La verdadera inocentada llegó cuando se intentó leer estos relatos como verdades biológicas irrefutables y dogmáticas. El dogma se opone a la ciencia, por su origen, la ciencia cuestiona los dogmas, no podría funcionar si se aceptaría todo sin debatir. 
 
Incluso cuando la ciencia comenzó a sistematizarse, la creación siguió teniendo versiones aparentemente racionales. Durante siglos se creyó en la generación espontánea: gusanos naciendo de la carne, insectos brotando del barro, ratones apareciendo en graneros. Era una idea cómoda: la vida surgía sola. Solo la experimentación rigurosa mostró que la vida procede de la vida. Otra certeza elegante que cayó lentamente.
 
Luego vino la convicción de que el ser humano ocupaba un lugar separado y superior al resto de los seres vivos. La teoría de la evolución de Charles Darwin desmontó esa comodidad. No fuimos creados aparte ni al final de una escalera, sino que somos una rama más de un arbusto evolutivo. Incluso todos los seres conocidos tenemos el mismo ADN. El escándalo no fue científico, sino emocional. La inocentada fue creer que la naturaleza tenía jerarquías morales.
 
La astronomía acumuló varias inocentadas memorables. Durante siglos se creyó que la Tierra era el centro del universo. No por ignorancia, sino porque parecía evidente. El cielo giraba, nosotros no. Cuando Galileo Galilei observó con un telescopio y propuso lo contrario, no solo corrigió un modelo: desplazó al ser humano del centro del cosmos. Galileo defendió el heliocentrismo apoyado en observaciones telescópicas, fases de Venus, satélites de Júpiter, no solo corrigió un modelo astronómico, sino que desplazó al ser humano del centro del cosmos. La inocentada fue confundir perspectiva humana con estructura del universo.
 
A finales del siglo XIX surgió una de las inocentadas científicas más fascinantes: la vida en Marte. Observaciones telescópicas imprecisas llevaron a interpretar sombras y líneas como canales artificiales construidos por una civilización avanzada. Se publicaron mapas, novelas y ensayos científicos sobre marcianos ingenieros. El siglo pasado, una prestigiosa revista científica en su portada publicó: Vida en Marte. Décadas después, las sondas espaciales mostraron un planeta seco, sin canales ni ciudades. Marte pasó de mundo habitado a desierto cósmico. La imaginación llegó antes que los datos.
 
La física clásica también cayó en una trampa conceptual elegante: el determinismo absoluto. Se creyó que el universo funcionaba como un reloj perfecto, donde conocer todas las variables permitiría predecir el futuro con exactitud. Esta idea se vino abajo con el surgimiento de la mecánica cuántica. En el mundo subatómico, las partículas no tienen posiciones y velocidades definidas al mismo tiempo, los eventos se describen en términos de probabilidades y el observador forma parte del fenómeno observado. La realidad dejó de ser una trayectoria precisa para convertirse en un abanico de posibilidades.
 
La cuántica fue, quizá, la inocentada más radical para el sentido común. Partículas que se comportan como ondas, sistemas entrelazados a distancia, efectos que solo existen cuando se miden. No era la intuición humana la que fallaba, sino la expectativa de que el universo debía comportarse como nuestra experiencia cotidiana. La ciencia tuvo que aceptar que la naturaleza no está obligada a ser intuitiva. Algo similar ocurrió con el tiempo y el espacio. Se asumieron como absolutos, iguales para todos. Albert Einstein demostró que se dilatan, se contraen y dependen del observador. Otra certeza cotidiana convertida en ilusión.
 
La biología molecular también cayó en inocentadas. Se pensó que el ADN era un manual rígido que dictaba destinos inevitables. La epigenética mostró que el ambiente, la nutrición, el estrés y la historia personal modulan la expresión génica. El genoma no es un decreto, sino un texto lleno de anotaciones.
 
En medicina abundaron las falsas seguridades. Se creyó que una enfermedad tenía una sola causa, un solo germen, un solo gen. Hoy sabemos que la mayoría de las patologías son multifactoriales, atravesadas por biología, ambiente y desigualdad social. Cada época creyó tener la explicación definitiva. Ninguna la tuvo por completo.
 
También hubo inocentadas éticamente peligrosas. La eugenesia, defendida por científicos prestigiosos, creyó que la sociedad podía “mejorarse” eliminando genes indeseables. La genética moderna reveló el absurdo: la diversidad genética es una fortaleza evolutiva, no un error a corregir. La historia da cuenta de las barbaridades justificadas por la discriminación étnica, religiosa o política.
 
No todas las inocentadas nacieron dentro de los laboratorios; algunas prosperaron en los márgenes del pensamiento crítico. El terraplanismo, por ejemplo, revive periódicamente la idea de que la Tierra es plana, ignorando siglos de astronomía, geodesia, navegación satelital y física gravitacional. La genética y la biología lo desmienten incluso desde lo cotidiano: la distribución de la biodiversidad, los gradientes genéticos poblacionales y la adaptación humana a la altitud solo tienen sentido en un planeta esférico.
 
Algo similar ocurre con la inocentada de los “reptilianos”, una narrativa conspirativa que atribuye el poder político a supuestos híbridos humano-reptiles, sin una sola evidencia genética, evolutiva ni paleontológica que la sostenga. Es una fantasía que explota el lenguaje biológico para disfrazar miedos sociales.
 
Finalmente, la cienciología representa una inocentada más sofisticada: se presenta con vocabulario técnico y promesas de “mejora humana”, pero carece de validación empírica, reproducibilidad y base biológica. La ciencia no la combate con burla, sino con un criterio simple: ninguna afirmación sobre la mente, el cuerpo o los genes es válida sin evidencia verificable. En todos estos casos, el método científico actúa como antídoto: medir, contrastar y, cuando no hay datos, decir claramente “esto no es ciencia”.
 
Incluso la idea de que la ciencia progresa acumulando verdades sin retrocesos resultó ser falsa. Muchos científicos han mostrado que el conocimiento avanza mediante crisis, rupturas y cambios de paradigma. Lo que ayer fue dogma hoy es anécdota histórica.
 
La mayor inocentada de todas fue creer que la ciencia produce verdades eternas. En realidad, produce explicaciones provisionales, siempre abiertas a revisión. Y eso no la debilita: la hace extraordinariamente poderosa. Desde los mitos de creación hasta los marcianos imaginarios, desde la generación espontánea hasta el universo determinista, la historia de la ciencia muestra una constante: necesitamos historias para empezar a entender, y evidencia para aprender a abandonarlas. La ciencia no es la ausencia de errores; es el arte de corregirlos.
 
Tal vez esa sea la lección más honesta, y más inocente, de todas: el conocimiento humano avanza no porque siempre tenga razón, sino porque acepta dejarla atrás cuando la realidad se impone. En la Tabla se ilustra una regularidad histórica: la ciencia avanza cuando se atreve a dudar de sí misma. Cada mito no fue simple ignorancia, sino una explicación razonable para su época. La diferencia entre mito y ciencia no es la ausencia de error, sino la capacidad de corregirlo con evidencia.
 
A continuación se presenta una tabla sintética y clara con mitos científicos (inocentadas históricas), quién inauguró las dudas y quién o qué aportó la demostración contraria, manteniendo rigor histórico y tono ilustrativo. Es apta para libro, artículo o material docente.
 
Tablas. Inocentadas en la ciencia y en la pseudociencia desmontadas por la evidencia
 
Inocentada Tipo Afirmación central Por qué fue creída Qué reveló la investigación científica Consecuencia científica Estado actual
ADN “basura” Error científico Gran parte del genoma no tiene función Falta de herramientas funcionales Regulación génica y epigenética Redefinición del concepto de gen Superado
Gen único para rasgos complejos Determinismo genético Un solo gen explica inteligencia o conducta Deseo de simplificación Poligenia y ambiente Cambio de paradigma Superado
Razas humanas biológicas Error conceptual Existen razas genéticas humanas Historia colonial Variación genética continua Fin del racismo científico Superado
Jerarquía genética de la inteligencia Error histórico Pueblos más inteligentes que otros Tests sesgados Influencia social y educativa Rechazo del biologicismo Superado
Desaparición del cromosoma Y Sensacionalismo El cromosoma Y se extinguirá Extrapolaciones mediáticas Estabilidad funcional Corrección conceptual Aclarado
Gen del crimen Error conductual Un gen determina criminalidad Analogías simplistas Predisposición ≠ destino Enfoque biopsicosocial Superado
Dogma central rígido Simplificación ADN → ARN → proteína sin excepción Modelo inicial exitoso Retrovirus y ARN regulador Expansión del dogma Actualizado
Vacunas causan autismo Fraude científico Vacunas provocan autismo Autoridad médica falsa Datos manipulados Daño social persistente Fraudulento
Clonación humana exitosa Fraude científico Clonación de embriones humanos Resultados espectaculares Datos fabricados Refuerzo ético Fraudulento
Bebés CRISPR “mejorados” Transgresión ética Edición genética segura en humanos Fascinación tecnológica Riesgos genómicos Condena internacional Inaceptable
Eugenesia científica Error trágico Mejorar la especie eliminando genes Mal uso del darwinismo Valor de la diversidad Bioética moderna Superado
Poblaciones “menos evolucionadas” Error evolutivo Hay humanos atrasados evolutivamente Visión lineal de la evolución Evolución no jerárquica Corrección conceptual Superado
Datos europeos sirven para todos Sesgo científico Genómica europea es universal Dominio del Norte Global Errores clínicos Genómica inclusiva En corrección
Genes explican moralidad Reduccionismo ADN define lo bueno o malo Confusión biología-ética Moralidad es emergente Separación ciencia-ética Superado
Terraplanismo Pseudociencia La Tierra es plana Desconfianza institucional Astronomía y genética Negación de evidencia Falsedad persistente
Reptilianos Conspiración Élites humano-reptil gobiernan Jerga biológica Sin genoma ni fósiles Fantasía Ficción
Cienciología Pseudociencia organizada Técnicas científicas mejoran mente Apariencia técnica Sin evidencia empírica Rechazo científico No científica
Paper mills científicos Fraude moderno Artículos válidos sin datos reales Presión por publicar Manipulación masiva Reformas editoriales En vigilancia
 

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