Genética y Ciencia
Diversidad biológica: sin genes, tampoco hay salud
Martes, 10 de junio de 2025, a las 10:37
César Paz-y-Miño. Investigador en Genética y Genómica Médica. Universidad UTE.
Cuando hablamos de crisis ambiental, a menudo pensamos en especies extintas o en los incendios forestales que devoran hectáreas de selva. Pero existe una dimensión menos visible y aún más alarmante: la pérdida de diversidad genética. Sin genes, literalmente no hay futuro. Ni para la naturaleza, ni para nuestra salud.
Según el informe global de la IPBES (Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos), un millón de especies animales y vegetales están actualmente en riesgo de extinción. Pero la tragedia no se limita a las especies; ocurre también en el ADN que las hace únicas. Se estima que desde el siglo XX hemos perdido el 75 por ciento de la diversidad genética de los cultivos agrícolas. En el caso de la ganadería, el 24 por ciento de las razas tradicionales está en peligro de desaparición, según la FAO.
¿Por qué debería preocuparnos como médicos y profesionales de la salud? Porque esta erosión genética también compromete el arsenal terapéutico de la medicina moderna. Más del 50 por ciento de los medicamentos actuales provienen directa o indirectamente de compuestos derivados de organismos naturales. Se calcula que en oncología, por ejemplo, más del 60 por ciento de los fármacos utilizados derivan de productos naturales. La penicilina, la ciclosporina, la morfina, el paclitaxel (Taxol), los alcaloides de vinca, la artemisinina para la malaria y cientos de otras moléculas esenciales provienen de plantas, hongos, bacterias o especies marinas.
La biodiversidad es, por tanto, un verdadero "banco genético" para la innovación biomédica. Sin embargo, cada extinción prematura es una molécula potencial que perdemos para siempre, tal vez la cura del futuro.
Además, la explotación de estos recursos no está exenta de conflictos. La biopiratería, el uso no autorizado de recursos biológicos y conocimiento tradicional por parte de empresas o instituciones extranjeras, es un fenómeno creciente. Según la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), existen más de 62.000 patentes registradas en el mundo que utilizan recursos genéticos de países en desarrollo, muchas veces sin compensación justa ni consentimiento de las comunidades originarias. América Latina es una de las regiones más afectadas. Se estima que el valor del mercado global de productos derivados de la biodiversidad supera los 500.000 millones de dólares anuales, mientras que las comunidades proveedoras apenas reciben una fracción mínima de ese beneficio o nada.
El vínculo entre pérdida de biodiversidad y salud humana es aún más directo cuando analizamos la aparición de nuevas enfermedades infecciosas. El 70 por ciento de las zoonosis emergentes, como el COVID-19, el Ébola o el Nipah, tienen su origen en animales silvestres. La deforestación, el tráfico ilegal y la fragmentación de hábitats están facilitando saltos virales que antes eran improbables. Así, lo que ocurre en un bosque remoto termina llegando a nuestras UCI.
El deterioro ambiental no solo provoca la pérdida de biodiversidad, sino que también está dejando una huella genética en nuestra propia especie. La exposición creciente a contaminantes, microplásticos, metales pesados y disruptores endocrinos está generando alteraciones epigenéticas y mutaciones que afectan la salud humana, desde la fertilidad hasta el riesgo de cáncer. Estudios recientes muestran que en poblaciones expuestas a altos niveles de contaminación ambiental ya se observan alteraciones en patrones de metilación del ADN, cambios en la expresión de genes de respuesta inmunitaria, y mayor frecuencia de roturas cromosómicas. Paradójicamente, los mismos procesos que destruyen los ecosistemas, deforestación, contaminación industrial, uso masivo de agroquímicos, están alimentando esta erosión genética en los humanos, cerrando un círculo vicioso entre la degradación ambiental y la salud global. Cuidar la biodiversidad es, en este contexto, también una estrategia de prevención genética y de salud pública.
El caso de Ecuador es paradigmático. Con apenas el 0,2 por ciento de la superficie terrestre, alberga el 10 por ciento de las especies vegetales y el 8 por ciento de las especies animales del planeta. Más de 25.000 plantas vasculares, 1.600 aves, 450 mamíferos, 500 reptiles y 400 anfibios enriquecen su territorio. Y sin embargo, el propio Ministerio del Ambiente reporta que más de 1.600 especies están en peligro. Cada año desaparecen entre 70.000 y 100.000 hectáreas de bosque nativo, principalmente en la Amazonía, los Andes y el Chocó.
En la agricultura, la situación es igual de preocupante. Ecuador es cuna de domesticación del cacao, la papa, el maíz, los ajíes y la quinua. Pero hoy, más del 80 por ciento de su superficie agrícola está dominada por monocultivos como el banano, la caña de azúcar, la palma africana y el arroz. Esta homogenización genética es un riesgo silencioso: nos vuelve más vulnerables a plagas, enfermedades y fenómenos climáticos extremos.
A esto se suma el estado crítico de los ecosistemas marinos. A escala global, el 90 por ciento de las pesquerías están sobreexplotadas o agotadas, afectando la seguridad alimentaria de más de 3.000 millones de personas que dependen del pescado como fuente primaria de proteínas. En Ecuador, especies clave como tiburones, rayas y peces profundos del Pacífico muestran niveles de sobreexplotación superiores al 40 por ciento, con consecuencias ecológicas y económicas graves.
Como ha advertido el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA): "cuando perdemos genes, perdemos futuros posibles". Y en este futuro, la salud humana está íntimamente conectada con la salud del planeta.
Los médicos y profesionales sanitarios no podemos permanecer ajenos. Debemos incorporar esta perspectiva en nuestra praxis, en la investigación biomédica y en las políticas públicas que defendemos. Además, debemos exigir marcos regulatorios internacionales que combatan la biopiratería y garanticen una distribución justa y ética de los beneficios derivados de los recursos genéticos.
La genética no es solo la clave de la evolución; es también la clave de la medicina del mañana. Y por eso, proteger la diversidad genética es proteger también la salud global.
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