César Paz-y-Miño. Investigador ene Genética Médica, Universidad UTE.
Desde hace más de medio siglo, el libre comercio ha sido presentado como un principio casi incuestionable del desarrollo global. Según esta idea, si los países eliminan las barreras arancelarias, reducen la intervención del Estado en la economía y permiten que los bienes, servicios y capitales fluyan sin restricciones, entonces todos ganan. Se supone que la competencia estimulará la innovación, reducirá los precios y ampliará el acceso a productos y tecnologías. En teoría, este modelo, inspirado en una visión idealizada del mercado autorregulado, debía beneficiar incluso a los sectores más vulnerables. Con el tiempo, este discurso ha demostrado ser más mito que realidad. En lugar de igualar las condiciones, el libre comercio ha reforzado las asimetrías entre países de economías fuertes y de economías débiles, entre grandes corporaciones y sistemas públicos debilitados.
En teoría, el libre comercio fue diseñado para conectar al mundo: eliminar barreras, permitir que los bienes circulen sin trabas, estimular la innovación y hacer que productos y servicios lleguen más lejos y más rápido. La medicina y la ciencia, por supuesto, no quedaron fuera de esa promesa. Se nos dijo que gracias a este modelo, tendríamos acceso a medicamentos de última generación, tecnologías médicas avanzadas y, más recientemente, a terapias genéticas y medicina personalizada.
Sin embargo, al observar la realidad de países como Ecuador, esa promesa no se ha cumplido. Peor aún: el modelo ha consolidado desigualdades en lugar de reducirlas. Hoy, en muchos lugares del mundo, el acceso a la salud, lejos de ser un derecho, se ha convertido en un privilegio que depende del lugar donde se nace, del dinero que se tiene y de quién controla el conocimiento.
El caso de los medicamentos: precios altos, acceso bajo
Una de las consecuencias más claras del modelo de libre comercio en salud ha sido la concentración del mercado farmacéutico. En Ecuador, por ejemplo, más del 90 por ciento de las ventas de medicamentos corresponde a productos de marca, mientras que solo el 7 por ciento son genéricos. Esta diferencia no es menor: los medicamentos de marca suelen ser hasta cinco veces más caros, a pesar de tener la misma eficacia terapéutica.
Entre 2017 y 2021, los precios de los medicamentos de marca aumentaron en promedio un 12.5 por ciento, mientras que los genéricos apenas subieron un 0.86 por ciento. Para muchas familias ecuatorianas, tratar una enfermedad crónica representa una carga económica permanente, que muchas veces obliga a interrumpir tratamientos o a recurrir a la automedicación.
Además, el acceso físico también está limitado. Más del 90 por ciento de las farmacias se encuentran en zonas urbanas, lo que deja al 10 por ciento de la población rural, generalmente con menores ingresos, con dificultades para acceder incluso a los fármacos más básicos. Como si fuera poco, alrededor del 60 por ciento de las personas compra medicamentos sin receta, aun cuando solo el 13.6 por ciento de los productos registrados están legalmente autorizados para venderse libremente.
Esto revela una falla estructural: el mercado no garantiza el acceso racional y justo a los medicamentos. Por el contrario, reproduce desigualdades y expone a los sectores más vulnerables a prácticas riesgosas.
El recorte presupuestario alto en salud, se calcula en mil millones, agudiza el acceso a la medicina y a los medicamentos. Con denuncias de falta de insumos, escases de medicamentos, deudas con sectores de servicios médicos de la red de salud, retardo de procedimientos y consultas médicas, los pacientes están en riesgo de cronificarse o morir.
Genética médica: un avance que no llega a todos
En paralelo, la genética ha transformado la medicina moderna. Gracias al estudio del ADN, hoy es posible diagnosticar enfermedades hereditarias, predecir riesgos, elegir tratamientos personalizados e incluso diseñar terapias a nivel molecular. Pero este campo, que representa el futuro de la salud, también está marcado por profundas desigualdades.
Ecuador, por ejemplo, es un país genéticamente diverso. Estudios de ancestría revelan que la población tiene un promedio del 54 por ciento de componentes amerindios, 38 por ciento europeos y 7 por ciento africanos. Sin embargo, esta riqueza genética no se traduce en inclusión científica. La mayoría de las investigaciones genómicas en el mundo se han hecho con poblaciones de origen europeo, lo que implica que muchas pruebas diagnósticas, algoritmos de predicción y tratamientos no han sido validados para personas con ascendencias distintas.
A esto se suma la falta de acceso a servicios especializados.
En Ecuador, los laboratorios que ofrecen pruebas genéticas avanzadas están concentrados en Quito y Guayaquil. En muchas provincias, simplemente no existen. Además, los hospitales públicos no cuentan con personal especializado en genética médica, o son escasos, ni con tecnologías como secuenciación genómica o edición genética, que hoy forman parte del estándar internacional en medicina personalizada.
Tampoco existen políticas públicas sostenidas que integren la genética al sistema nacional de salud. Las pocas iniciativas existentes dependen del esfuerzo aislado de investigadores, universidades o fundaciones, sin una estrategia estatal clara de inversión, formación de recursos humanos o acceso equitativo.
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Acceso a salud y genética en Ecuador
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Indicador |
Valor en Ecuador |
Proporción medicamentos marca/genéricos |
93 % / 7 % |
Incremento precio marcas vs genéricos |
+12,5 % / +0,86 % |
Farmacias urbanas vs rurales |
90 % / 10 % |
Población sin receta comprando fármacos |
~60 % |
Políticas sobre enfermedades raras |
<15 % de países |
Diversidad genética (amerindio/euro/afro) |
54 % / 38 % / 7 % |
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Ciencia sin acceso: el problema de las patentes y la dependencia tecnológica
Muchos de los problemas en genética médica también están ligados al sistema global de propiedad intelectual. Las grandes compañías que desarrollan nuevas pruebas, medicamentos o tecnologías suelen patentar estos avances, lo que les da exclusividad para producirlos y comercializarlos durante años. Esto ha creado una brecha entre quienes desarrollan la ciencia y quienes la necesitan.
En Ecuador y otros países del sur global, muchas veces no es posible fabricar versiones locales de un medicamento o importar tecnologías más baratas por las restricciones que imponen esas patentes. Incluso cuando el conocimiento se genera en instituciones públicas de otros países, este termina privatizado y comercializado con fines de lucro.
La repotenciación de patentes o las patentes de uso y actualización de uso normalmente encarecen los precios de los medicamentos. Medicinas baratas para una enfermedad X, se encarecen para aplicarlas a la enfermedad Y, por recategorizar una patente.
Esta situación no solo encarece el acceso, sino que debilita la soberanía científica y sanitaria de los países. Se genera una dependencia tecnológica que impide desarrollar capacidades locales, formar especialistas o adaptar la investigación a las necesidades genéticas y sociales del país.
Hacia una medicina más justa
No se trata de rechazar la ciencia, ni de cerrarse al mundo. Al contrario, el desafío es construir un modelo donde el conocimiento circule, pero de manera justa; donde la innovación esté al servicio de la vida, y no al servicio exclusivo de las ganancias. Para eso, se requieren al menos cuatro acciones urgentes:
1- Regulación y acceso a medicamentos genéricos: fomentar su producción y prescripción, garantizar precios justos y fortalecer redes de distribución en todo el país.
2- Genética médica pública: crear unidades de genética en hospitales regionales, formar profesionales y ofrecer diagnóstico molecular dentro del sistema de salud.
3- Políticas inclusivas de investigación: promover estudios genéticos en poblaciones locales, con soberanía sobre los datos y con retorno de beneficios a las comunidades.
4- Ciencia abierta y cooperación sur-sur: generar redes de colaboración entre países del sur global para compartir tecnología, conocimiento y experiencias sin depender exclusivamente de las grandes corporaciones.
El libre comercio prometió salud para todos, pero en la práctica ha convertido a la medicina y a la genética en bienes de consumo desigual. En Ecuador, miles de personas aún no acceden a tratamientos básicos, mientras la medicina del futuro, la genética, apenas comienza a desarrollarse, y lo hace de forma elitista y centralizada.
La salud no puede seguir siendo tratada como un producto más en el mercado global. Necesitamos políticas que pongan a las personas en el centro, que reconozcan la diversidad genética y social, y que garanticen el acceso al conocimiento como un derecho, no como una mercancía.