HISTORIA DE SUPERACIÓN
Angie convirtió una adversidad grave en su motivación de vida, hoy es médica
Con apenas una cuarta parte de rango de visión en un ojo, pasó en el primer intento el examen del CACES
Viernes, 26 de diciembre de 2025, a las 14:44
Superó prejuicios de docentes y estudiantes.
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Cristina Coello. Quito
Angie Sánchez es como muchos jóvenes, quienes al iniciar la carrera de Medicina en la
Universidad Central del Ecuador (UCE) anhelan superar el reto autoimpuesto más difícil de sus vidas. Ella lo logró el 18 de diciembre del 2025, pese a que tiene 89 por ciento de discapacidad visual. Esta es su historia…
La joven de 25 años es oriunda de una comunidad rural de
Cayambe. Viajaba todos los días casi dos horas para llegar a clases en el centro de
Quito. Pero, como a todos, los imprevistos llegan y trastocan los planes.
A tan solo dos semanas de concluir el semestre de nivelación obligatorio previo al inicio de la carrera, Angie fue hospitalizada e ingresó a
Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por una pancreatitis aguda (al parecer, un problema congénito).
En conversación con EDICIÓN MÉDICA, su madre, Nancy, recordó que los médicos le daban pocas esperanzas de vida a su hija. Sin embargo, la joven superó su primer
tropiezo grave de salud y apenas recobró la conciencia, sus pensamientos se concentraron en rendir los exámenes para aprobar el semestre.
Nancy asegura que fue entonces cuando conoció casi todos los pasillos del edificio de la
Facultad de Medicina, en su afán de comprensión por parte de los docentes: con certificados en mano solicitaba que le permitan a su hija retrasar un poco sus exámenes.
Aunque varios le dijeron que podía volver a presentarse en el siguiente semestre, Angie no es de las estudiantes que se rinde a poco de llegar a la meta. Salió del hospital, pasó las pruebas y entró a la carrera con muy buenas calificaciones. Cabe destacar que, además, durante los primeros semestres ganó la beca por
excelencia académica.
Fernando Guerrero, endocrinólogo y docente de la UCE.
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Llegó la
pandemia y todos los estudiantes debieron acoplarse a la educación en línea y a cumplir los requerimientos que eso implicaba. No obstante, las recaídas por el padecimiento previo y una CPRE (colangiopancreatografía retrógrada endoscópica) le obligaban a Angie a mantener controles médicos con varias especialidades en el
Hospital General Docente Calderón (HGDC). Allí, conoció al que luego sería su profesor, el endocrinólogo
Fernando Guerrero.
Todo estudiante de medicina se integra al Externado a partir del quinto semestre de estudios. Angie cumplió ese requisito en el HGDC. Cuando llegó al octavo semestre, ella empezó a presentar dolores de cabeza persistentes y rinorrea. Fue cuando junto a Guerrero descubrieron un síntoma alarmante: la salida de
líquido cefalorraquídeo por su nariz.
Perder la vista tras una biopsia
“Lo que siguió fue una cascada de consultas con otorrinolaringólogos y estudios especializados”, relató
María Belén Mena, docente y, en ese entonces, directora de la Carrera de Medicina en la UCE. Mena contó que “durante un procedimiento para obtener una biopsia, lo impensable sucedió: el
nervio óptico resultó lesionado; de la noche a la mañana, una joven con toda la vida por delante, a solo dos semestres del
internado rotativo que la convertiría en médica, perdió la vista”.
Cuando eso sucedió “los médicos del
Hospital de Especialidades Eugenio Espejo (HEEE) dijeron con tanta facilidad (sin empatía) que adoptara mi nueva vida, que me resignara y que ya no podría terminar la carrera de Medicina. Luego llegó el resultado de la biopsia y mi vida se derrumbó al escuchar, con esa frialdad, que tenía un tumor neuroendocrino y que, simplemente, debía someterme a quimioterapia”, recordó Angie en entrevista con EDICIÓN MÉDICA.
Ni ella, ni su madre, se conformaron con el diagnóstico. Pidieron las laminillas de la biopsia y acudieron a otra unidad de salud por un nuevo estudio, tras lo cual ahora está claro que le aqueja un
macroadenoma benigno.
Y, si bien la derivaron a recibir atención en
salud mental, Angie comenta que fue Guerrero quien en realidad le ayudó a superar su desánimo, decepción y angustias. “Tienes que graduarte, me dijo”. Y a partir de eso, él y otros pocos docentes la apoyaron.
Según Angie, fueron contados los docentes que se ajustaron a la circunstancia o crearon una forma alternativa de evaluar o enseñar. Y Mena añadió que algunos “no la trataron como un
caso especial que requería lástima, sino como lo que era: una estudiante capaz que necesitaba herramientas distintas para alcanzar la misma meta que sus compañeros”.
Pero Angie, en su afán de evitar la compunción de los docentes menos sensibles a las tribulaciones de sus estudiantes, evitó comentar su situación “y muchos ni siquiera se dieron cuenta de que no veía”, comentó.
Ella añade que “fue todo un reto, tenía miedo, nervios, me sentía sola, pero yo quería hacerlo por mí misma. Estudiar me costó demasiado. Traté de ser una estudiante como los demás, no pedía ningún favor y, con el pequeño cuadrante que tengo de visión, lo hice”.
Por supuesto, el gran soporte en todo este proceso han sido su
madre, su familia y amigos como Doña Lu, que la han sostenido desde la parte espiritual hasta la económica.
Ella concluyó su
internado rotativo superando barreras del sistema educativo superior, la aprensión, incredulidad y
prejuicios de docentes y estudiantes, entre otros obstáculos que a diario enfrentan las personas con discapacidad.
Angie pasó de la obscuridad total a tener un minúsculo rango de visión en uno de sus ojos y concluyó la carrera de Medicina con el 89 por ciento de
discapacidad.
No es la única, hay otros con discapacidad y ejercen
Guerrero fue enfático en señalar que Angie no es su primera estudiante de la UCE que supera enormes dificultades por la discapacidad y ejercen la Medicina. Mena también ha asegurado que “en las aulas de una
universidad pública, el apoyo mutuo es moneda corriente”.
La docente de Farmacología ha añadido que, en el caso de Angie, “algunas autoridades de la UCE creyeron en ella cuando habría sido más fácil mirar hacia otro lado. El equipo de
docencia del hospital, los supervisores del internado rotativo, todos formaron parte de una red invisible pero poderosa que la sostuvo cuando el camino parecía intransitable”.
El especialista en Endocrinología, en cambio, reconoció que la UCE está atravesando cambios y, en el caso de Angie, “si la universidad no da los lineamientos, existen docentes que defienden el
derecho de los estudiantes a concluir su carrera”.
Y tras concluir el internado rotativo, viene el
examen de habilitación profesional del Consejo de Aseguramiento de la Calidad de Educación Superior (CACES), el cual tampoco tiene
adaptaciones para casos especiales como el de Angie, y, sin embargo, lo aprobó con el 85 por ciento de aciertos.
“Hay otros campos dónde Angie puede ejercer. Ella estudió para ser médica, y médica es. Su título no es un símbolo de caridad, sino el resultado merecido de años de esfuerzo,
resiliencia y una
voluntad que ninguna adversidad pudo quebrar”, dijo Mena.
Por su parte, Guerrero aseguró que en la actualidad existen innumerables instrumentos que facilitan a las personas con discapacidad a desarrollar todo su
potencial. “No hay impedimento para que Angie ejerza, no tiene limitantes”, insistió.
Y, en ese sentido, el siguiente reto de la flamante graduada es continuar con una
maestría en diabetes y obesidad.