Genética y Ciencia
El síndrome de la Bella Durmiente: entre el mito, el sueño y los genes
Martes, 12 de agosto de 2025, a las 18:42
César Paz-y-Miño. Investigador en Genética y Genómica Médica. Universidad UTE
Dormir es, para la mayoría, una necesidad biológica restauradora, una rutina nocturna que nos separa temporalmente del mundo para que el cuerpo y la mente se regeneren. Pero ¿qué ocurre cuando esa necesidad se transforma en un encierro prolongado, recurrente e incontrolable? ¿Y si el sueño no fuera una elección sino una imposición inexplicable del propio cerebro? Así se presenta uno de los síndromes neurológicos más raros y enigmáticos de la medicina moderna: el Síndrome de Kleine-Levin (SKL), también llamado, con no poca carga poética y cultural: el Síndrome de la Bella Durmiente.
El nombre "Bella Durmiente" no proviene de manuales clínicos ni de literatura médica, sino de la necesidad humana de encontrar metáforas para lo incomprensible. En el famoso cuento, una princesa cae en un sueño encantado durante cien años tras pincharse con una rueca, hasta que un beso de amor la despierta. Aunque esta imagen ha servido para simplificar la descripción del SKL en medios de comunicación, la realidad dista mucho de cualquier fantasía romántica.
Los pacientes con SKL, en su mayoría adolescentes varones, se ven súbitamente sumidos en episodios que pueden durar días o incluso semanas, durante los cuales duermen entre 15 y 20 horas al día. No se trata de un simple "dormir mucho", sino de un estado alterado de consciencia que borra la continuidad del tiempo y la percepción del yo. Cuando están despiertos, experimentan desorientación, alteraciones cognitivas, irritabilidad, hiperfagia compulsiva e incluso hipersexualidad. Luego, con la misma inexplicabilidad con la que comenzó, el episodio desaparece y el paciente retorna a la normalidad, hasta la próxima vez.
Un misterio clínico
Descrito por primera vez en 1925 por el neurólogo alemán Willi Kleine y luego caracterizado más detalladamente por Max Levin en la década de 1960, este síndrome ha desconcertado a generaciones de médicos por su rareza y su imprevisibilidad. Se estima que afecta a menos de 5 personas por cada millón, lo que lo clasifica como una enfermedad rara. La mayor parte de los diagnósticos ocurren en la adolescencia, y aunque en muchos casos los síntomas desaparecen tras algunos años, el camino hasta ese desenlace suele estar lleno de incertidumbre médica, exclusiones erróneas, tratamientos ineficaces y un profundo impacto en la vida social, académica y emocional del paciente.
Uno de los elementos que más llama la atención es que los episodios parecen desencadenarse por factores comunes, como infecciones respiratorias, fiebre, estrés o consumo de alcohol. Sin embargo, el mecanismo exacto por el cual estos estímulos activan el síndrome sigue siendo una incógnita. Lo que sí se sabe es que el hipotálamo, la región cerebral encargada de regular el sueño, el hambre y la sexualidad, parece funcionar de forma anómala durante las crisis, mostrando hipoperfusión en estudios de neuroimagen como SPECT o PET.
La genética del sueño alterado
Uno de los grandes desafíos en la investigación del SKL es entender su base biológica. ¿Por qué algunas personas desarrollan este síndrome y otras no? ¿Existen marcadores genéticos o inmunológicos que lo expliquen?
Aunque no se ha identificado un gen causal único, hay evidencias que apuntan a una predisposición genética con componentes inmunológicos. Diversos estudios han encontrado una asociación entre el SKL y ciertos alelos del complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), en particular HLA-DQB1*02 y HLA-DR2, los cuales también están vinculados con enfermedades autoinmunes y la narcolepsia tipo 1. Esto sugiere que el sistema inmune podría estar atacando, de forma disfuncional, estructuras cerebrales implicadas en la regulación de los ritmos circadianos.
Por otro lado, se han explorado polimorfismos en genes relacionados con neurotransmisores, como la dopamina, la serotonina y el GABA. Genes como SLC6A3 (transportador de dopamina), SLC6A4 (transportador de serotonina) y GABRB3 (subunidad del receptor GABA) podrían estar involucrados en la sintomatología del SKL, especialmente en lo referente a la hipersomnia y las alteraciones afectivas.
Incluso se ha propuesto la implicación de genes vinculados a canalopatías, como CACNA1C, que codifica para un canal de calcio neuronal y ha sido asociado a trastornos del estado de ánimo y del sueño. A pesar de estas pistas, el rompecabezas genético del SKL aún está lejos de resolverse, en parte debido a la escasa cantidad de casos estudiados y a la falta de estudios familiares amplios. No obstante, algunos reportes de gemelos monocigóticos y hermanos afectados apuntan a un componente hereditario o epigenético aún por descifrar.
Tratamiento y manejo
Hasta el momento, no existe una cura definitiva para el SKL. Los tratamientos son sintomáticos y de apoyo. Se han utilizado estimulantes del sistema nervioso central como el Modafinilo para contrarrestar la somnolencia durante los episodios, y estabilizadores del ánimo como el litio para reducir la frecuencia y severidad de las crisis. En algunos casos se han empleado antipsicóticos atípicos, pero los resultados son variables. La mayoría de los pacientes mejoran con el tiempo, aunque algunos conservan secuelas cognitivas leves.
El cuerpo, el tiempo y la identidad
Desde una perspectiva filosófica y médica, el SKL plantea interrogantes profundos sobre la conciencia, la identidad y el control del cuerpo. Durante los episodios, los pacientes no solo duermen, sino que experimentan una forma de disociación con la realidad, como si una parte de ellos se desconectara del mundo. La despersonalización, el extrañamiento del entorno y la amnesia parcial posterior hacen del SKL algo más que una enfermedad del sueño: es una enfermedad del tiempo, del yo y de la presencia.
Aquí es donde el mito de la Bella Durmiente cobra un nuevo significado. El uso de este nombre, si bien accesible y evocador, encierra una simplificación peligrosa. No hay nada de encantamiento en el dolor de las familias, en la pérdida de escolaridad, en la angustia de no saber cuándo volverá la próxima crisis. Pero también, como en todo mito, hay una función narrativa que da sentido: al nombrarlo, lo hacemos visible; al compararlo, lo humanizamos.
El Síndrome de Kleine-Levin sigue siendo uno de los grandes misterios de la neurología. Su rareza, su presentación intermitente y su falta de biomarcadores hacen que su diagnóstico sea un acto clínico de exclusión y paciencia. A medida que la ciencia avanza en la comprensión de la genética del sueño, la inmunología del sistema nervioso y las redes cerebrales implicadas en la conciencia, es probable que emerjan nuevas respuestas y estrategias terapéuticas.
Hasta entonces, el SKL nos recuerda que el sueño, aunque cotidiano, puede ser también una prisión involuntaria. Y que en el cruce entre genes, neurotransmisores y cultura, aún hay espacio para el asombro, la metáfora y la complejidad humana.
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