César Paz-y-Miño. Investigador en Genética y Genómica Médica. Universidad UTE.
En las noches de páramo, cuando la neblina cubre las montañas y el viento silba entre las chozas de paja, aún se pronuncia el nombre que despierta temores antiguos: el Chuzalongo. Las abuelas lo recordaban como un ser diminuto, del tamaño de un niño, pero con rostro de viejo, piel ajada y una risa que no pertenecía ni al hombre ni a la bestia. Decían que vagaba entre quebradas y caminos solitarios, arrastrando por el suelo un miembro grotescamente grande, símbolo de su maldición y de su poder. Era el verdugo de las muchachas desobedientes, de las que caminaban solas o desafiaban las normas del silencio. Así, bajo el disfraz del mito, el Chuzalongo cumplía una función precisa: mantener el orden, imponer el miedo, advertir a las mujeres sobre los límites de su libertad.
En 2024, el cine ecuatoriano dio nueva vida al mito andino del Chuzalongo, con la película homónima dirigida por Diego Ortuño, una obra que transformó el horror folclórico en reflexión cultural. Ambientada en los Andes del siglo XIX, la cinta recrea la figura del ser deforme, niño envejecido, risueño y sexualizado, que durante generaciones encarnó el miedo y el control social sobre las mujeres. Su éxito premiado en festivales internacionales, radica en no mostrar el monstruo, sino en sugerirlo: el verdadero horror no está en la criatura, sino en las estructuras que la inventaron.
Esta visión cinematográfica dialoga profundamente con la lectura genética del mito, pues detrás del rostro grotesco y del cuerpo desmesurado
podrían esconderse fenómenos biológicos reales, trastornos endocrinos, mutaciones o síndromes raros, que en el pasado fueron malinterpretados como señales demoníacas. Así, el filme se convierte en un punto de partida ideal para abordar, desde la ciencia, cómo las diferencias corporales extremas pudieron inspirar narrativas míticas y cómo, la genética moderna permite reinterpretar esos miedos ancestrales, bajo la luz de la biología humana.
El éxito de Chuzalongo trascendió las fronteras nacionales: fue reconocida con el Premio a Mejor Largometraje Iberoamericano, en el Festival Internacional Macabro (México, 2024), seleccionada para representar a Ecuador en los Premios Goya y Forqué, y se convirtió en la película de terror ecuatoriana más vista, con más de 20.000 espectadores y ocho semanas en cartelera, adicionalmente fue seleccionada para representar a Ecuador en la preselección de los Premios Óscar 2026, en la categoría de Mejor Película Internacional. La crítica elogió su fotografía envolvente, el uso simbólico del paisaje andino y su capacidad de integrar, el mito y la identidad cultural, en un relato visual de gran fuerza poética.
El reconocimiento internacional reafirma la vigencia del mito y su potencial para dialogar con la ciencia, la historia y la genética como lecturas complementarias de la diferencia humana, donde el cine, la biología y la memoria colectiva se entrelazan para revelar, que lo que antes fue monstruoso, hoy puede entenderse como expresión de la diversidad natural del cuerpo humano.
Pero, más allá del espanto moral, la figura del Chuzalongo nos invita a mirar algo más hondo: la forma en que las sociedades explican lo que no comprenden. ¿Qué realidad corporal o biológica pudo inspirar esta criatura ambigua, mitad niño y mitad monstruo, marcada por la hipersexualidad y la deformidad? Tal vez, en alguna aldea perdida del Ecuador andino, existió un niño de baja estatura, con rostro envejecido, voz extraña y signos precoces de virilidad. Un cuerpo que desafiaba la norma natural y provocaba tanto miedo como fascinación. A falta de ciencia, la imaginación tejió una historia. El mito, como tantas veces, nació del asombro ante la diferencia.
La biomedicina moderna nos permite esbozar una lectura distinta. Lo que ayer fue duende o demonio, hoy podría interpretarse como manifestación de raros trastornos genéticos o endocrinos (Drácula. El hombre lobo, etc.). No se trata de reducir la poesía del mito a una ficha clínica, sino de entender cómo la biología de lo excepcional se convierte, con el paso de los siglos, en material de narración moral. En el caso del Chuzalongo, varios síndromes y variaciones genéticas podrían coincidir, de manera sorprendente, con los rasgos atribuidos a esta criatura.
La llamada
testotoxicósis familiar, por ejemplo, causada por mutaciones activadoras del gen LHCGR, provoca una pubertad precoz en niños pequeños: desarrollo de vello, olor corporal fuerte, conducta hipersexual y crecimiento desmedido del pene. Un fenómeno tan inusual, observado sin contexto médico, habría parecido diabólico.
Algo similar ocurre con los
hamartomas hipotalámicos, pequeñas malformaciones cerebrales que desencadenan risas involuntarias, las llamadas gelásticas, descritas justamente como una mezcla de llanto y ladrido. “Una risa que no era de hombre ni de animal”: el eco clínico y el mito se superponen.
Por otra parte, síndromes como
la Progeria (LMNA) o la acondroplasia (FGFR3) explican la baja talla, el rostro envejecido o la desproporción corporal, mientras que la hiperplasia suprarrenal congénita (CYP21A2) produce un exceso de andrógenos que acelera la maduración sexual y genera el olor fuerte, el carácter agresivo y la apariencia viril precoz. Todo ello coincide con la descripción del Chuzalongo: un ser pequeño, de aspecto viejo, olor intenso, deseo desbordado y risa monstruosa.
Más que una patología mítica, el Chuzalongo representa la fascinante intersección entre el cuerpo biológico y la mente colectiva. Su deforme sexualidad, simboliza el temor ancestral a la violencia masculina, y su figura híbrida, niño viejo, humano y bestia a la vez, condensa el miedo a lo que rompe los límites naturales.
La genética moderna no destruye el mito: lo ilumina. Nos revela que, quizás, aquel “castigo andante” no era sino un eco distorsionado de cuerpos reales, de mutaciones raras, de diferencias incomprendidas que el imaginario convirtió en leyenda.
Así, el Chuzalongo deja de ser solo un espanto rural, para convertirse en una alegoría profunda: la de cómo las sociedades transforman la diversidad biológica en miedo moral, y cómo el conocimiento científico, siglos después, puede devolver dignidad, a los cuerpos que alguna vez fueron llamados monstruos. Porque el verdadero terror nunca estuvo en la carne del deforme, sino en el sistema que necesitó inventarlo para sostener su dominio.
Desde la epistemología, el mito del Chuzalongo puede entenderse como una hibridación entre lo endocrino y lo social. Los rasgos anatómicos o conductuales inusuales, en realidad expresiones de alteraciones genéticas o neuroendocrinas raras, fueron reinterpretados por la cultura andina, como signos de lo sobrenatural. Así, la biología de lo excepcional se transformó en mecanismo moralizador, un relato destinado a regular el deseo y el cuerpo femenino bajo el discurso del miedo.
La siguiente tabla resume estos posibles paralelismos entre el relato mítico y los fenómenos genéticos u hormonales que podrían haber inspirado su verosimilitud cultural:
Posibles parallismos biomédicos-genéticos del mito del Chuzalongo
Rasgo mítico o simbólico
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Diagnóstico o condición médica
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Características clínicas
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Genes implicados
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Lectura antropogenética
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Niño pequeño con rostro de viejo
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Progeria de Hutchinson-Gilford / Síndrome de Werner
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Envejecimiento precoz, piel fina, alopecia, baja talla
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LMNA, WRN
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Apariencia anciana en cuerpo infantil; símbolo del tiempo y del castigo biológico.
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Cuerpo bajo, desproporcionado
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Acondroplasia / Hipocondroplasia
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Enanismo desproporcional, cabeza grande, extremidades cortas
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FGFR3
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La diferencia corporal se asoció a lo “duendesco” o sobrenatural.
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Pene desmesurado, virilidad precoz
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Testotoxicósis familiar
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Pubertad precoz, hiperandrogenismo, conducta hipersexual
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LHCGR
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Virilización infantil interpretada como señal demoníaca o castigo moral.
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Risa inhumana, entre llanto y ladrido
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Hamartoma hipotalámico con crisis gelásticas
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Risa involuntaria, pubertad precoz central
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MKRN3, DLK1, KISS1, KISS1R
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Coincide con la risa del mito; el síntoma neurológico se vuelve signo sobrenatural.
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Olor fuerte, “azufre y orines fermentados”
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Hiperplasia suprarrenal congénita
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Exceso de andrógenos, olor corporal intenso, virilización
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CYP21A2, HSD3B2
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El olor animal refuerza la idea de un ser infernal o impuro.
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Rastro viscoso o húmedo
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Espermarquia precoz / hiperandrogenismo infantil
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Emisión seminal temprana
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GNRH1, KISS1
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Las secreciones corporales se interpretaron como huellas del monstruo.
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Conducta hipersexual y sin miedo
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Síndrome de Klüver-Bucy / disfunción límbica
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Hipersexualidad, desinhibición, risa inapropiada
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MAPT, PRNP
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La pérdida de control se tradujo en el mito como depredación sexual.
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